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Baby Watcher
Siempre es una aventura cursar un primer embarazo; si a eso le agregamos cursarlo en un país donde te es muy difícil comunicarte, y le sumamos una pandemia, se transforma en una aventura bastante adrenalinogénica, si es que existe esa palabra. Felizmente sólo podemos contar anécdotas buenas; si hubiera habido algún episodio complicado, se nos hubiera hecho todo bastante cuesta arriba (hablando de lo importante: la salud; porque anécdotas complicadas relacionadas con la burocracia germano-española-uruguaya, ¡tenemos de sobra!).
Pero bueno, lo que me trae hoy por aquí, después de tantos meses, es compartir algo de información que tal vez le sirva a alguien.
Comienzo por el principio: como dije, primer embarazo y plena pandemia. Así que las ecografías las veíamos mi doctora y yo. El padre del bebé (estrictamente hablando deberíamos decir «feto», porque aún no había nacido… pero vamos a ser delicados y decir «bebé») no podía siquiera poner un pie en la clínica ni en las ecografías “regulares” ni en las “extras” (y por lo tanto pagadas por nosotros). Las capturas de pantalla que me daba mi doctora eran inentendibles: ¿eso es el corazón? ¿el pie? ¿o tal vez el hígado??
Así que ni esas fotos ni mi descripción del bebé podían darle una idea al padre de cómo se veía su hijo. Además, la emoción de verlo a través de la ecografía, moviéndose y con su corazoncito latiendo, es indescriptible. Por eso empecé a buscar centros ecográficos donde no dejaran al padre del bebé afuera… pero todos costaban bastante caros (más de 100€) y en general especificaban que sólo podía entrar la gestante.
Pero encontré algo interesante: ¡un ecógrafo en casa!