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    Disección de la vida en cajas

    Las mudanzas son un coñazo. En eso creo que estamos todos de acuerdo.

    A lo largo de los años nos dedicamos a acumular cosas y más cosas. Desde ropa que hace años que ya no te pones, hasta libros que compraste y sólo ojeaste un par de veces, pasando por los imanes de la nevera y los distintos adornos que tienes en el salón. Pero mi intención no es criticar este pseudo-síndrome de Diógenes. Considero que cada objeto tiene una historia detrás, y al empaquetarlos en cajas de cartón no estamos si no empaquetando nuestra vida. La vida ya no se mide en años: se mide en metros cúbicos.

    ¡Pero no todo son desventajas! Cuando llega el camión de la mudanza de repente te encuentras con que tienes el salón atiborrado de una treintena de cajas y no sabes lo que hay en ellas. Es como si se hubieran reunido de repente los Reyes Magos, Papá Noel, el ratoncito Perez, el genio de la lámpara y el gordo ese que trae los regalos a los niños vascos, y te recibieran en casa con tantos regalos que ni entras por la puerta.

    ¿Qué contendrá la caja verde y blanca que está al lado de la otra caja verde y blanca y encima de otra caja también verde y blanca? ¡Sorpresa! ¡Un exprimidor para hacer zumo de naranja y la cafetera! Con 5ºC en la calle a la vuelta de la esquina es justo lo que yo necesitaba. Ya aparecerán los chaquetones y las bufandas de aquí a un mes.