Ensayos

Hoy, chocolate

Mudarse para vivir en otro país es difícil; pero ahora no me refiero a las decenas de cajas que hay que organizar a la partida y a la llegada, tampoco a elegir un nuevo hogar, ni a intentar aprender un idioma que jamás pensé que iba a estudiar. Me refiero a los afectos de los cuales nos alejamos: ya no estamos en su día a día y ellos tampoco están en el nuestro, al menos físicamente.

Las grandes amistades, gracias a las ganas y a la tecnología actual, siguen manteniendo una comunicación fluida, a veces más con el que ha migrado que con los que se quedan cerca. En el polo opuesto están las relaciones que se van apagando sin hacer demasiado ruido. En el medio están esas relaciones que queremos conservar; probablemente esto sea un proceso ameno y fácil si ambas partes tuvieran el mismo propósito. Pero cuando dos personas viven en diferentes países (y más aún cuando hay diferentes husos horarios y/o diferentes estaciones) la voluntad para lograr el objetivo tiene que ser aún mayor; o ¿vale una visita anual para mantener una amistad? Creo que no.

Hay quienes pueden decir: “si se fue, es porque esto no le importaba tanto”. He leído en un blog (hace tiempo y por lo tanto ya no tengo el link) que a veces la persona que no migra se siente abandonada por aquel que se fue; puede ser, y por eso creo que el migrante debe preocuparse por mantener el contacto con sus afectos; un contacto natural, no forzado, preocuparse por estar informado sobre qué está pasando en su país de origen y/o en el país donde vive su familia y/o amigos (que a veces no coinciden). Creo que quien se va tiene que poner tiempo y ganas en reforzar esas relaciones. Pero pienso también que quienes se quedan deben considerar que el migrante no sólo necesita el apoyo de quienes lo quieren para que le sea más fácil enfrentarse al nuevo reto, sino también para seguir formando parte de un grupo, de una familia.

He vivido 31 años en Uruguay, 6 años en España, y ahora llevo poco más de 3 meses en Alemania. Aunque mi edad no es suficiente para tener una gran experiencia, creo que conozco lo bueno y lo malo de migrar. En España he tenido la suerte de conocer gente que considero de mis mejores amigos; ahora vuelvo a estar en esa etapa otra vez, con la esperanza de también congeniar con personas con las cuales podamos generar una amistad. Pero en este último tiempo, el trabajar para que estas u otras relaciones sigan vivas o se fortalezcan, me han dejado un sabor amargo que hoy intentaré compensar con algunas onzas de mi chocolate preferido.