Cuando podíamos volar
Estar a 5.000 o 10.000 metros de altura (qué más da 5000 más o 5000 menos) tiene unos efectos curiosos: el aire está enrarecido, los oídos taponados, el ruido de los motores es tremendo, y las cosas que se ven por la ventanilla son minúsculas. Cierto es que de noche casi no se ve nada, excepto las farolas de los pueblos dibujando complicados dibujos. Sin embargo, no por escribir desde más alto escribo mejor. Y tampoco no por estar más alto resulta más fácil de escribir. Aunque sería infinitamente más cómodo si el espacio para las piernas fuese ligeramente un poco más grande. Desde luego más aun si no hubiesen turbulencias que atravesar.
Y es ahí dónde estoy, en un avión caminito a París (La Ciudad de la Luz, la Ville Lumiére, dicen) una vez más. Y es justo en este punto dónde comienza lo surrealista que es estar montado en un avión, vivir al lado de Notre Dame y tomar café en los campos Elíseos. Yo, que vengo del polígono San Pablo.
Retorno a mi país, o lo que esto sea, porque ya no tengo ni idea de qué soy, qué hablo, de dónde vengo y muchísimo menos a dónde voy. Hoy estoy aquí, pero mañana… ¿dónde estaré? ¿En un avión camino a qué ciudad o qué país?
Sé que debería estar contento, pero ciertamente no lo estoy. Más bien estoy triste y apenado de saber que no veré a muchísima gente querida en bastante tiempo. Atrás dejo pues unas buenas navidades, familia y amigos.
Alguien dijo una vez que la patria son los amigos. Y que amigos se puede hacer en cualquier parte. Pero yo no quiero nuevos amigos. No quiero empezar una y otra vez. Yo quiero los amigos que tengo ya porque realmente me resulta difícil pensar que pueda haber gente mejor en el mundo. Y mira que el mundo es grande… o al menos lo era.
Pero sin embargo la vida nos lleva por senderos extraños y desconocidos, y eso no es nada que deba preocupar a alguien de Sevilla, Madrid, Barcelona, Lyon, París o Milan. Porque somos ciudadanos del mundo y esto es la universidad de la vida.
Pd: Han pasado más de 12 años desde que escribí este texto en un avión de Sevilla a París, que era por donde vivía entonces. En aquel momento estaba realmente triste, perdido y con mucho miedo al futuro. Desde entonces he viajado por tantos sitios como he podido, y he entablado una verdadera amistad con nuevos amigos de los cuales he aprendido muchísimo, nos hemos echado unas buenas risas y que aparte me han ayudado cuando más lo he necesitado. Han habido decepciones, pero también he conocido al amor de mi vida y mejor compañera de viaje, que se dice pronto. Hoy sigo sin saber lo que me depara el futuro, pero al menos, por primera vez, lo miro con optimismo.