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Cuando podíamos volar
Estar a 5.000 o 10.000 metros de altura (qué más da 5000 más o 5000 menos) tiene unos efectos curiosos: el aire está enrarecido, los oídos taponados, el ruido de los motores es tremendo, y las cosas que se ven por la ventanilla son minúsculas. Cierto es que de noche casi no se ve nada, excepto las farolas de los pueblos dibujando complicados dibujos. Sin embargo, no por escribir desde más alto escribo mejor. Y tampoco no por estar más alto resulta más fácil de escribir. Aunque sería infinitamente más cómodo si el espacio para las piernas fuese ligeramente un poco más grande. Desde luego más aun si no hubiesen turbulencias que atravesar.