Vacaciones en una granja
Estar en contacto con la naturaleza, un entorno tranquilo, la ubicación, son algunas de las razones por las que alguien quiera quedarse en un establecimiento granjero. En nuestro caso fue una mezcla de todo eso, sumado a un precio muy conveniente (lo reservamos con unos meses de antelación).
Esta casa-granja queda en un pequeño pueblo llamado Berg im Drautal en el Estado austríaco de Carintia. ¿Qué podemos encontrar en esa zona? Montañas alpinas, más de 1.000 lagos, mucha vegetación, establecimientos ganaderos…una combinación perfecta para pasar unos días en la primavera tardía o en el verano.
La casa donde nos hospedamos tenía 3 pisos más el sótano: el segundo piso era el destinado para los huéspedes, el resto para la familia. Frente a la casa había un establo donde estaban las vacas lecheras (alrededor de 20) que diariamente salían a pastar a un terreno adyacente de unos 80 por 40 metros. Del otro lado de la casa había una huerta de unos 10 por 5 metros, y un poco más allá un gallinero con aproximadamente 8 gallinas y como vecinos un par de conejos y patos. Todo esto custodiado por unos cuantos gatos y una perra a la que le cayó más en gracia Edu que yo, ¡y eso que me esmeré en tirarle una pelotita unas cuantas veces!
Pero lo mejor de la granja no fue ni la tranquilidad, ni el contacto con la naturaleza, sino la familia anfitriona: trabajadores de sol a sol, con una sonrisa para regalar cada vez que te los cruzabas, con la paciencia y el interés de gente que escucha atentamente a una aprendiz de su idioma decir oraciones desordenadas y palabras mal pronunciadas. Tanto es así, que un día que estábamos en la casa cenando se nos acercó el granjero con un libro de geografía y me preguntó dónde queda Uruguay; tras enseñárselo me preguntó sobre el clima, la hidrografía, y con dibujos del libro me pidió que le dijera qué se cultiva y qué ganado tenemos. El día que llegamos, la granjera me escuchaba atentamente mientras intentaba explicarle qué es y cómo se toma el mate.
Estos dos ejemplos no eran atenciones “por compromiso”, sino que realmente estaban escuchando e intentando conocer y aprender; eso se reflejaba en las preguntas que me hacían cuando no entendían lo que les quería decir, o había información que faltaba para que pudieran entender. Eso fue lo que más me emocionó: sentir el interés de personas «desconocidas» por mi país natal y mis costumbres.
Creo que esa curiosidad, el -realmente- escuchar y hacer(se) preguntas es lo que engrandece culturalmente a las personas y hace sentir a los otros con ganas de volver a verlos.